martes, 23 de octubre de 2012

Cuento escrito por Catalina Sarubbi



“Todo está clavado en la memoria, 
espina de la vida y de la historia.
León Gieco.
“Me llamo María Juana.
Tengo 18 años.
Vivo en Buenos Aires“
Lo que repetía constantemente luego de cada “visita” de los MONSTRUOS. Nos herían con picanas hasta perder la conciencia, al despertar siempre repetía lo mismo, era para saber si seguía viva y consiente.
Todo empezó una noche, fue raro. Yo estaba con amigos comiendo, todavía no se sabía exactamente lo que pasaba en el país, pero sabíamos que algo pasaba. A las once me fui del restaurant ubicado en la avenida Santa Fe, al otro día me tenía que levantar temprano. Caminaba rápido, no era muy seguro a esa hora, pero pensaba:
“Hace mucho que no lo veo a Juan, antes nos veíamos una o dos veces por semana y hace como un mes y medio que no sé nada de él. También la semana que viene es el cumple de mama, algo le tengo que regalar, pero ¿Qué? Tiene todo lo que quiere…”
Mientras pensaba que regalarle escuche una frenada de un auto, fue tan fuerte que me hizo olvidarme lo que venía pensando. Me di vuelta. Era un Falcon. Verde. Empecé a correr. Me agarraron. Lloré. Grité. Recé. Nada sirvió, me llevaron igual.
Al día siguiente, supongo, me levanté. Estaba todo oscuro, húmedo y un olor raro, como a humedad mezclado con encierro. Grité pero de al lado me callaron: -“Eu nena, no grites, van a venir y te aseguro que no es lo que querés” la voz era ronca y grave pero estaba segura que era una mujer. Le iba a preguntar el nombre pero me pareció que no era lo mejor, por ahora.
Me volví a dormir, estaba muy cansada. Me desperté en algún momento, no sabía era de día, de noche, si habían pasado muchos días o solo horas. No sabía nada, lo único que sabía era que estaba cansada y tenía hambre. Mucho. Mientras pensaba en eso, escuche unas voces y pasos, se escuchaba como los zapatos rebotaban en el piso y el ruido cuando pisaban charcos, era tan lindo, me hacia acordar a mis hermanas jugando en el patio de casa, me hacia acordar a casa, a mi familia a mis amigos, a Juan  ¿Dónde está Juan? Por un momento se me paso por la cabeza que podría estar ahí, donde estaba yo. Pero no, ¿Por qué estaría? no estaba metido en nada raro, lo único que quería era ahorrar e irse a “Gringolandia” de vacaciones.
Mientras mi cabeza divagaba, las voces estaban cada vez más cerca. Abrieron la puerta que daba a un pasillo, supongo que había más “cuartuchos” como en el que estaba yo, pero no sé, no pude ver mucho. El hombre era alto y gordo. Tenía manos grandes y muy fuertes, me lastimaba el brazo, me dolía mucho.
- ¿Dónde está Firmenich? Me gritó.
Yo estaba hipnotizada con sus ojos, eran muy verdes, no podía contestarle no me salía la voz. Me lo volvió a preguntar. No le pude contestar.
Agarro algo, tenia forma de control remoto, me lo apoyó en la espalda. Me dolió mucho. Mucho.
Me volvió a preguntar. No le pude contestar, seguía impresionada con esos ojos, eran hermosos pero estaban vacios, enfurecidos.
Repitió la tortura, una y otra vez, supongo que paró cuando yo estaba desmayada, porque lo único que recuerdo es volverme a despertar y que ya no haya nadie.
Las torturas eran cada vez peores, los primeros días me tiraban baldazos de agua helada y después empezaban con ese “control remoto” que me apoyaban y me daba dolor, mucho dolor. Al tiempo no me desmayaba, me había acostumbrado al dolor. Ahí empezaron con hierros calientes, me quemaron la piel en varios lugares. Todo acompañado de maltrato verbal y golpes.
Una noche vino uno de ellos. Repitió la pregunta. Le grité. Yo no sabía quién era Firmenich. Me agarro, me ató y me violó. Fue el peor día de todos, podría haber quedado embarazada, o me podría haber contagiado algo. Lloré. Mucho. Le supliqué. El no paraba.
Cuando terminó, se fue.
Los días posteriores siguieron con las torturas y siempre repetían la pregunta “- ¿Dónde está Firmenich?” lo había escuchado nombrar, Juan me lo había nombrado en una charla, sí. Pero no supe nunca quien era. Era su amigo, o compañero o solo un conocido, no sé.
Un día, habían pasado un par de meses me animé y le hable a la mujer de al lado. Hablamos bastante. Me dijo que se llamaba Susana, “coca” le decían. Tenía tres hijos, hermosos. Y un marido, o ex, no estaba muy claro, pero lo quería. No me quiso decir nada más. Al otro día se la llevaron y no la volví a escuchar.
Después de unos días me vinieron a buscar a mí, me dijeron que era una equivocación que haya estado ahí. Y que me iban a trasladar. Me subieron a una camioneta grande, negra. La camioneta chocó. Se murieron todos. Yo salí corriendo, hasta una estación de servicio.
“Me llamo María Juana.
Tengo 18 años.
Vivo en Buenos Aires.” Era lo único que decía. Lo repetía como un loro.
El  que cargaba nafta era ‘Marito’, el amigo de Lara mi hermana. Me reconoció. Me llevo a casa, con mamá.
Llegué. Mama lloró. Yo lloré. Lara y Lucia lloraron. Nos abrazamos. Seguimos llorando.
Nunca más supe nada de ‘Coca’, ni de Juan, ni del señor de los ojos verdes vacios, ni del lugar donde estuve, ni de los hijos hermosos de coca, ni del marido o ex, ni del hombre que me violó; Pero me acuerdo de todo.

Cuento escrito por Catalina Sarubbi para una clase del Colegio Carlos Pellegrini

1 comentario:

  1. Cata, gracias.
    La manera que elegiste para incluir en tu relato su nombre y mantener viva la memoria me hicieron emocionar mucho. Lloré. Cada vez que recuerdo, se amontonan imágenes, posibilidades, impresiones de esos momentos... Y me emociona más saber que hemos transmitido parte de ello a todos ustedes.

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